miércoles, 2 de mayo de 2012

Hoy no desfilamos...


Aquellos militares que hace 38 años decidieron dar un golpe de estado sin pegar un solo tiro para dirigir a Portugal hacia la modernidad europea no quisieron celebrar su fiesta. La semana pasada se negaron a participar en los actos oficiales del 25 de abril, el día de la Revolución de los Claveles, la conmemoración de la liberación popular de la que fue la dictadura más resistente del siglo XX de la Europa Occidental. ¿Por qué? Porque las acciones de su actual gobierno no reflejan los logros de aquel movimiento que llevó a la constitución de una república democrática. ¿Qué libertad hay que celebrar?, se preguntan, sino escenificar una pantomima de estado democrático...




El ayer y el hoy son lo mismo. Podría pensarlo cualquiera de aquellos jóvenes militares portugueses que en 1974 quisieron que en Portugal entrara en la modernidad tras casi medio siglo de dictadura: El poderoso de ayer no es otro que el de hoy. Y hoy, quizás como ayer, Vasco Lourenço, presidente de la Asociación 25 de abril, uno de los capitanes de aquella revolución, lo piense cuando asevera que el gobierno portugués “protege los privilegios, agrava la pobreza y la exclusión social y desvaloriza el trabajo”. Por eso el colectivo que representa no ha querido participar en la celebración de la fiesta nacional...

El dictador Salazar, el único dirigente
europeo que recibió a Franco.
Hace 38 años un grupo de militares portuguesés decidió dar un golpe de estado sin disparar las armas. Portugal sufría al llamado Estado Nuovo, que pese a lo que su nombre indicaba era la dictadura más vieja del momento en Europa. Era 1974, hacía seis años que el dictador Salazar (Arturo de Oliveira Salazar) había sido apartado del poder, más que nada por un accidente casero que le provocó un hematoma cerebral. Le sustituyó el señor Marcelo Caetano, digamos que un hombre poderoso de esos que si tuviera una máquina del tiempo atrancaría sus engranajes para no adelantar o retroceder siquiera un segundo, para que todo quedara igual. Una de esas personas con alergia a los cambios, cementado a la tradición, afincado en el pensamiento de la todavía existencia del Imperio Colonial Portugués, una alucinación peligrosísima. Mientras las metrópolis europeas ponían pies en polvorosa de África, las élites portuguesas seguían creyendo firmemente en aquella idea de nación pequeña que dominó los siete mares. Un despropósito asesino.

La obcecación de los políticos como Caetano era mayor en cuestiones domésticas, más inamovible si cabe: autarquía, poco desarrollo industrial, latifundio, privilegios para las élites... Pobreza. La mayor de Europa. La clase dirigente dirigiría como siempre dirigió. El presidente Caetano paró cualquier reforma política que permitiera descorsetar las libertades ciudadanas cuando sustituyó a Salazar. Portugal sería lo que siempre fue. Los oficiales de la dictadura eran aristócratas de toda la vida y las guerras coloniales requerían de mandos. 

Soldados portugueses en Angola.
¿Pero quién iría a luchar a tierras tan lejanas? Ellos no. El cántico pesimista en Portugal era el de Portugal no produce sino portugueses”. Y alguien debió añadir: “...a los que mandar a las colonias” a morir y matar. Cualquier joven portugués estaba obligado a servir cuatro años de su vida en el ejército. La guerra requería refuerzos: se procedió a reclutar antiguos universitarios en subtenientes para ser mandados a África. Y ahí comenzó todo.

El capitán Vasco Lourenço.
El capitán Vasco Lourenço fue uno de los muchos militares de nivel medio que en los años setenta se infectó con ese virus humanista e imaginativo que tozudamente surge en el ser humano de tanto en tanto y solo en algunos. Podría describirse como un deseo de igualdad. La edad media entre los cargos medios del ejército en los años 70 era de 28 años. Todos con estudios universitarios. Todos sufriendo las mismas inclemencias, las mismas fiebres, lluvias, escaseces, las mismas obsesiones de una nación paupérrima resacosa de un pasado glorioso de sus élites. En África y Asia, oficiales y soldados se tuteaban, compartían cuartos, guardias, comían la misma comida sentados a la misma mesa, trabajaban a destajo por un imperio de papel, empatizaban con unos prisioneros nativos que combatían por la libertad de sus familias mientras ellos estaban a miles de kilómetros de las suyas. Podían imaginar a cualquiera de esos prisioneros llamando a la unidad de sus vecinos contra Portugal y en favor de la democracia porque era lo que ellos también querían gritar. Casi 40 años después, han de volver a gritarlo. Vasco Lourenço hace hoy un llamamiento “al pueblo portugués para que se movilice y actúe, en unidad patriótica, para salvar Portugal, la libertad y la democracia”. Entonces, igual que ahora, eran muchas las cosas que estaban en juego. 

El pueblo portugués se sumó rápido al movimiento militar.
En 1974 la perspectiva de los jóvenes no era muy distinta a la de ahora. La precariedad social era rampante. Emigrar o nadar en la pobreza. En este contexto, un año antes, nació el Movimiento de las Fuerzas Armadas, convencido de que un socialismo con libertades y sin tutelas de imperios comunistas podría allanar el camino a la democracia de los portugueses. Las ideas del MFA empezaron a dejar de ser un susurro cuartelario y llegaron a oídos de Caetano después de un intento de sublevación de un regimiento de infantera en el mes de marzo. Las detenciones y los traslados forzosos se produjeron entre las filas militares y el descontento aumentó.

Un niño regala un clavel
a un soldado.
La noche del 24 de abril, a las 22.55 horas, una emisora lisboeta pincha la canción E depois do Adeus, de Paulo de Carvalho. Es la señal: la revolución ha comenzado. La segunda señal pactada llega a las 00.25 del día 25. En Radio Renascença suena la prohibida Grandola Vila Morena, de José Afonso y los miembros del MFA tienen vía libre para ocupar puntos estratégicos. A la una de la mañana los destacamentos de las ciudades más importantes ocupan aeropuertos, aeródromos y las delegaciones del gobierno civil. Lisboa sigue en calma. La marina se une a la revolución. A las tres de la mañana, los capitanes piden a la gente que permanezca en sus casas pero Portugal lleva un rato sin dormir... La gente no espera que despunte el sol para lanzarse a la calle a mezclarse con los soldados. En la marcha de Lisboa, unos soldados se pararon ante un florista y le compraron la flor de la temporada, el clavel. Se los pusireron en los cañones de sus fusiles. No dispararían. 

A las 8.00 horas, Marcelo Caetano se esconde con sus fieles en un palacio lisboeta. Está cercado por la gente y los militares... El resto es historia.

Secuencia del asedio a Marcelo Caetano, apresado finalmente y sacado en un blindado rumbo al exilio

Hoy Portugal afronta el desastre y, para Lourenço, la línea política del gobierno “dejó de reflejar el régimen democrático heredado del 25 de abril y configurado en la Constitución de la República Portuguesa”. Hay dos millones de pobres. Un millón de desempleados. La clase media está sobreendeudada. La recesión económica es del 3 por ciento. El Gobierno ha suprimido las pagas extraordinarias a todos los funcionarios y pensionistas que ingresen 600 euros mensuales. Se han suprimido los servicios públicos sanitarios. Ha aumentado el copago (no creado). Ha subido la luz, el gas, el transporte. La reforma laboral ha reducido las ayudas al desempleo y facilitado los despidos. A los españoles nos suena todo un poco, claro. En definitiva: “las medidas y sacrificios impuestos a los ciudadanos sobrepasan los límites de lo soportable. Son condiciones inaceptables de seguridad y bienestar social tocan la dignidad de las personas humanas”. Vuelven a irse los jóvenes. Ironías de la historia: no se van a París, Londres o Berlín, como en los 70. Los destinos son las antiguas colonias: Angola, Brasil...Por eso, estos ex militares de entre 70 y los 80 años han preferido quedarse en casa, no aparecer en una fiesta cuyos valores prácticamente han desaparecido de la mente del gobierno portugués. Lo dice Vasco Lourenço, pero bien podría decirlo un español o un griego, la frase es casi internacional ya: lo llaman democracia y no lo es... 



No hay comentarios:

Publicar un comentario