Los recortes de libertades que padece Hungría y que salen estos días en prensa nos han hecho recordar la Revolución del 56. Esta es una recreación de aquellos días vividos por el general
Bela Kiraly, organizador de la resistencia de Budapest.
Niño se dispone para la lucha. |
“¡De pie húngaro!”, aullaba la
calle, “¡la patria llama!”. Pero el general no podía hacer otra
cosa que revolverse en la cama. Hacía apenas un mes que había
pisado la calle tras cinco años en prisión y los sonidos que
recorrían la ciudad reverberaban en las ventanas: ruidos de
munición, de gente corriendo, presentando batalla. “¡He aquí el
momento, ahora o nunca!”, cantaban. La revolución no le esperaba,
pero ¿por qué iba a hacerlo? La calle inquiría a aquellos que
permanecían en sus casas mirando por las ventanas: “¿Seremos
esclavos o libres?”. La frase rozó el tímpano del general
dolorosamente. No era una frase cualquiera, llevaba resonando en la
memoria del pueblo magiar desde que se levantaron contra los
austriacos hacía más de cien años. Y el general pensaba dos cosas:
una, no me puedo levantar; y dos, en cuanto lo haga habré
firmado mi sentencia de muerte.
El general Béla Király |
Toc, toc. La muerte,
pensaba el general Bela Kiraly postrado en su cama de hospital aquel
23 de octubre de 1956, tambaleándose en algún punto de su mente
entre la consciencia y el desmayo. Toc, toc. No hacía un mes
que había salido de la cárcel donde cumplía cadena perpetua
acusado de espionaje y aún era pronto para dejar de pensar en la
muerte. Toc, toc, toc. Allí pasó dos años esperando que el
regimen comunista cumpliera su sentencia de muerte, pero fue
afortunado, se la conmutaron. Toc, toc, toc sonaba en la mente del
general, sonidos secos que provenían de una celda de su memoria.
Unos sonaban cortos, otros largos, con espacios de silencio dispares
entre ellos. Toc, toc, toc. Silencio. Vuelta a empezar. Toc,
toc. Con las suturas aún frescas, puso gesto de molestia y
musitó una frase pastosa entre sueños: Hay ruidos que podrían
ser música. Su mente deambulaba por su calabozo, era 1953, hacía
ya tres años. Toc, toc. Traducía los golpes secos de una
mano contra el muro en puntos y rayas que anotaba en el suelo de su
celda con un cacho de yeso. Toctoc, toc. Se le abrían los
ojos con cada nota de música morse que traspasaba la pared. Toc,
toc... La frase estaba acabada. De la celda contigua dejaron de
llegar tocs que se convirtieron en jajajás. Contenía la emoción el
general. Jajaja. Llevaba dos años en prisión esperando su
ejecución, víctima de la ola represiva sufrida a raíz de la
paranoia de un hombre. Jajaja. Puntos y rayas de yeso
anunciaban la posibilidad de esperanza: “Stalin ha muerto”.
Jajaja. La primera vez que Bela Király escapó de una
sentencia de muerte contaba con apenas 41 años. Hacía tres de aquel
suceso afortunado. Miraba al cielo por la ventana con la mirada
exhausta esperando noticias de amigos, de una enfermera, un médico,
alguien del mundo exterior. El grito que recorría Budapest era
atronador: “¡De pie húngaro, la patria llama!”. Y aquel octubre
de 1956, sin apenas haber saboreado un bocado de libertad tras un
lustro preso, pensó que quizás esta vez no fuera tan afortunado
escapando a la muerte...
El rumor de cambio revotaba por los
muros de la habitación del general en forma de ondas de radio. Pocos
eran los que se habían quedado en casa aquella tarde de revolución.
Prácticamente todas las gargantas de Budapest estaban en la calle
gritando las palabras del poeta-héroe nacional Sandor Petofi:
“¡El nombre húngaro será nuevamente hermoso!”. Como hicieron
en 1848 bajo la ocupación austriaca, varios jóvenes redactaron una
carta de principios más un poema y salieron a cantarlos a la calle.
Jóvenes, niños, ancianos, abogados, médicos, músicos,
ingenieros...Todos les siguieron en pro de derechos y reformas
democráticas, sin miedo. Distintos amigos le traían las noticias al
general Király: ¡Una columna de 20.000 personas se dirigía
pacíficamente hacia el Parlamento!... ¡Allí esperan 200.000
ciudadanos!... El jodido gobierno les ha calificado de “turba
reaccionaria”... ¡La maldita policía está disparando desde los edificios!. Király se hundía aún más en su cama. Ardían
los coches. Aparecían los primeros cadáveres tumbados en las
calles. Miles de manifestantes decapitaban el monumento a Stalin.
La muerte, seguro que lo pensó
el general, la muerte es un asunto que se toman muy en serio los
húngaros. Naciones tan pequeñas como la que berreaba en nombre
de la libertad y la indepencia aquella tarde adoran la muerte. Llevan
siglos celebrándola como una fiesta para recordar su dolor nacional:
derrotas militares contra germanos, turcos, rusos, siempre alguien
más numeroso o poderoso. El húngaro venera a esos personajes que se
inmolan desesperadamente, a los jóvenes guerreros con corazón de
poeta camino del martirio.... Sí, pensaba el general cosido y
postrado un día después de ser operado: Si David hubiera sido
húngaro, posiblemente Goliat le hubiera arrancado la cabeza. El
húngaro tiende a la interpretación melancólica de la historia, del
destino, de esos conceptos abstractos que decoran la vida. Quizás
por eso el suicidio es un gran hábito húngaro. Sus mejores reyes lo
hicieron contra ejércitos que resultaron demasiado numerosos. La
esperanza empotrándose contra un muro sordo y de cemento, qué
pasatiempo. El destino reclamaba al general para repetir la
historia. No hacía mucho más de un siglo que austriacos y rusos
habían aplastado la guerra por la independencia húngara contra los
Hapsburgo. Casi en idénticas circunstancias a las que se vivían
fuera de su habitación. Todo acabó con el asesinato de 13 generales
rebeldes. Así nacen los héroes húngaros, muriendo. ¿Qué
música acompañaría a esta secuencia dramática? ¿Qué compositor?
Una buena sonata de chelo... Grave, impetuoso por momentos, impulsivo
y virtuoso, pero que acaba perdiéndose en sus propias dudas,
pesadas, con arranques de dignidad y partitura escarpada... Qué gran
final pondría Zoltán Kodály... ¿Oiría ese chelo en los próximos días?
Joven miliciana |
Lucha en las calles. |
Király contempla el desperezo de una nación y, sin embargo, a sus ojos la figura melancólica de Budapest va adquiriendo mayor fuerza, preparándose para la repetición del destino. Observa cómo una manto de tragedia apenas perceptible cae sobre la ciudad como si alguien vertiera un cubo de humedad gigante, impregnándolo todo. Un chaparrón de vaga tristeza que toma impulso en el río, peinando las cadenas y piedras de los puentes de la ciudad como un viento helado, envenenando el agua, empapando los muros de los edificios y colándose por sus agujeros de bala, acariciando las alfombras de las casas, mezclándose con la respiración de la gente, penetrándoles, transformándose en su interior en una bilis negra... todo a ritmo de coctel Molotov. Tal es el prisma por el que los húngaros observan la vida: trágico, un poco goyesco... Cae la noche y desde el puesto de mando de las montañas de Buda, la estampa de la ciudad es sorda. Los fuegos en algunos de sus puntos y fábricas acentuan su aire decadente. El silencio es total. A Kiràly le pica el oído. Como si le vibrara el tímpano. Intuye que la tierra tiembla, un temblor que nace lejos, a miles de kilómetros. Un gigante se ha levantado y le ha golpeado con un martillo el tímpano como si fuera un gong. Le pican las suturas de la operación. El aire frío, la calma sospechosa. Algo se avecina, no hace falta verlo o tenerlo enfrente. El general quiere meterse el dedo en la oreja y aliviar su picor de tímpano con un movimiento brusco. Pero ¿dejará de temblar la tierra? ¿Cuántos estarán de camino? Más de 1.300 tanques planchan con sus orugas la estepa rusa. Decenas de miles de soldados del Ejército Rojo marcan el paso atravesando Ucrania. La ciudad entera huele a dignidad, pero sobre todo atufa a derrota...
Portada de enero de 1957 de Time, muy parecida a la que resume 2011. |
Niño-miliciano muerto. |
Las bombas tardaron poco en caer sobre
la zona de Buda. Bela Király aguantaba estoicamente las explosiones
y miraba a sus hombres, algunos imberbes estudiantes cuyas esperanzas
se hacían añicos. He comandado hombres sin menos esperanza
incluso. Una sensación gemela a la rabia o la impotencia le
recorría el cuerpo. Yo he comandado el batallón más absurdo de
la segunda guerra mundial. A los 28 años me enviaron a oler
la pólvora bajo las órdenes de un gobierno fascista. Su voz
interior temblaba de indignación. He tenido que luchar codo con
codo con los nazis sin rechistar. Comandé a 400 obreros judíos en
Ucrania contra los rusos. Les di uniformes, les traté con dignidad y
me gané la enemistad de mis aliados alemanes y de los fascistas
húngaros. En la garganta se le hacía una bola imaginaria
compuesta de congoja y pena. En el 44 me hicieron preso los rusos
y me mandaron a una muerte segura en Siberia. Tuve suerte al poder
saltar de aquel tren con 26 hombres más y atravesar los Cárpatos a
pie. Me fui de una Hungría fascista y volví a una socialista para
encontrarme con los mismos indeseables a los que sirven soplones,
matones, advenedizos y varias especies de aduladores. Al llegar tuve
que probar que no era un fascista, los judíos que comandé fueron mi
salvoconducto. Cambié a Hitler por Stalin, opciones nunca deseadas.
Me afilié al Partido y mis compatriotas me sentenciaron a muerte.
Me pasé años esperando mi ejecución en prisón y sufrí alguno más de regalo con el código Morse como única comunicación.
No llevo ni un mes en libertad. Debería estar convaleciente. Tengo
44 años...Miró a su alrededor para reconocer lo que sabía, que
todo estaba perdido antes incluso de que se enterara en el hospital
que sus compatriotas se habían echado a la calle. Todo según el
guión. El 6 de noviembre se acabó la munición. El día 11 la
resistencia húngara murió. El final ya estaba escrito, como en la
revolución de 1848, seguiría el camino de los Mártires de Arad,
los generales que se rebelaron contra los Hapsburgo. Volvería a
prisión sentenciado a muerte como cargo responsable del
levantamiento. Moriría como escarmiento. Purgado. Ese era el camino
del héroe húngaro. Era lo honorable...¿O no?
A los ocho años de edad el país
donde nací fue desmembrado por las potencias extranjeras. Hasta en
tres ocasiones he esquivado la muerte. He vivido el horror del siglo
XX desde todos sus bandos y en 36 años de carrera militar nunca he
estado en el lado ganador. Bela Kiraly cruzaba la frontera con
Austria de la mano de la CIA. Bela Kiraly abandonó Hungría antes de
ser apresado con dos convicciones: una,
tras la aparente derrota, “la revolución ha triunfado”. Y
dos, si me llego a quedar no lo cuento.
Tanques rusos rodean el parlamento húngaro. |
Cinco sentencias de muerte llegaron a
Budapest con motivo de la revolución. Sólo una quedó por ejecutar.
Llevaba su nombre. Béla Király murió el 4 de julio de 2009 en su
Hungría natal ¿Su balance final? Cuatro esquinazos a la muerte y un saldo del cien por cien de derrotas es el resumen al que siempre dio el mismo titular: “Una
suerte tremenda”.
Toda letra cursiva del texto es una
imaginación de lo que Béla Király pudo sentir aquellos días.
Únicamente deben ponerse en su boca los entrecomillados que se le
atribuyen.
Apuntes:
Béla Király. |
Reacciones internacionales: plumas
como las de Albert Camus (La sangre de los húngaros) o la de
Jean Paul Sartre, comunista convencidísimo, decidieron censurar las
actitudes occidentales y soviéticas ante la Revolución del 56. En
1968, la Primavera de Praga sería pacífica debido a la represión
sufrida por sus vecinos magiares.
En España las reacciones fueron distintas. Mientras exiliados como Semprún y Clarín repudiaban los
hechos, España de algún modo se benefició. Hungría, la mejor
selección del mundo del momento estaba fuera durante la represión
soviética. Decidieron no volver a su país. Puskas, Czibor y Kocsis
recalaron en el Madrid y Barcelona. En el Barça ya jugaba Kubala.
Luego llegarían otros como el colchonero Toth.
1989. La única vez que Király experimentó la auténtica victoria total fue a los 77 años. Se había pasado toda una vida perdiendo y huyendo. Desde su puesto como profesor universitario en EEUU pudo ver cómo miles de turistas de la RDA viajaban a Hungría (sólo podían tener vacaciones dentro del bloque comunista) para encontrarse que la frontera con Austria estaba abierta. No volvieron. Los húngaros consiguieron lo que buscaban 33 años atrás y solo tuvieron que levantar una valla. Ese día austriacos y húngaros hicieron lo que se llamó el Picnic Paneuropeo. Irónicamente, el ministro austriaco era descendiente de los Hapsburgo. La URSS ingresaba en la UVI. El derribo del Muro de Berlín fue algo simbólico.
Ciudadanos de la RDA cruzan el telón de acero el 19 de agosto. |
1992. Boris Yelstin, el ruso que mandó
a tomar viento a Mijail Gorbachov, se presentó ante el parlamento
húngaro con el informe soviético para la situación vivida en
Hungría aquel otoño del 56. Trajo las cinco condenas a muerte de
los miembros del gobierno que la URSS consideró culpables.
2004. Király tiene la ocasión de discutir los hechos ocurridos en el 56 con el general ruso Yevgueni Malashenko. Este le llama mentiroso por acusar a los soviéticos de haber bombardeado las montañas de Buda con la resistencia agonizando. Király le invitó a acudir al monte de Buda en cuestión: “Venga a Hungría y podrá orinar en su propio cráter”, le dijo con toda educación. Ese año fue designado miembro de la Academia de las Ciencias Húngaras, voraz acaparadora de premios Nobel. Murió el 4 de julio de 2009, el día de la independencia de EEUU, el país que le acogió. Un día apropiado para su forma de ser.
2004. Király tiene la ocasión de discutir los hechos ocurridos en el 56 con el general ruso Yevgueni Malashenko. Este le llama mentiroso por acusar a los soviéticos de haber bombardeado las montañas de Buda con la resistencia agonizando. Király le invitó a acudir al monte de Buda en cuestión: “Venga a Hungría y podrá orinar en su propio cráter”, le dijo con toda educación. Ese año fue designado miembro de la Academia de las Ciencias Húngaras, voraz acaparadora de premios Nobel. Murió el 4 de julio de 2009, el día de la independencia de EEUU, el país que le acogió. Un día apropiado para su forma de ser.
Béla Király (1912-2009) |
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